Ambición perezosa: fantasear sin mover la mano
Sentarse a crear a veces suena como “Fabricando fantasías” de Tito Nieves: producir sueños que no se muestran ni se monetizan.
Estamos cansados y el mundo lo sabe
Hay una flojera extraña que no viene de hacer demasiado, sino de hacer muy poco de lo que enciende por dentro. A muchxs artistas en México les pasa: frente a un océano de referencias —la ciudad entera— y a un loop digital de reels e hilos guardados, la mesa sigue limpia. La pieza no aparece. La ambición se vuelve cómoda: un amuleto que protege del intento. Un sueño sin acción no es un sueño: es un deseo.
Ignorar el moodboard tangible
Hablamos de identidad y entorno en varios blogs pasados: la rotulación mexicana que grita en una cortina metálica, el mosaico roto de la esquina, el rosa vibrante de la pintura vieja de un departamento, la tipografía juguetona en un camión que cuenta un chiste sin querer, una máscara de lucha libre bajo reflectores. Todo late. Todo habla. Y aun así, el cuerpo no se mueve. Lo urgente tapa lo importante. El algoritmo aplaude; la obra calla.
A veces es miedo. O costumbre. O la fantasía de que el talento abrirá puertas por sí solo: algún día, sin buscarlo, alguien con un ojo curatorial verá esa “magia” que todavía no existe. Mientras tanto, se pule el discurso: “Cuando tenga estudio… tiempo… esté listx… termine el curso…”. El día se llena de planes; la noche, de excusas. Si nada cambia, todo queda igual.
México diseña sin pedir permiso
En silencio, el país ofrece materia prima: un tianguis arma paletas sin pretensión; un puesto de aguas y jugos compone geometrías con vasos; los rótulos hacen campaña sin saberlo. La economía creativa sucede a ras de calle, sostenida por manos que no hablan de procesos: simplemente hacen. Los logos bordados de mariachis y bandas no nacen de una computadora: vienen de su oficio. La lección flota: el diseño no es solo método; es una manera de mirar hasta que lo cotidiano se vuelve inevitable.
En la apabullante Ciudad de México, Guadalajara, Monterrey u Oaxaca no faltan vitrinas alternas: un café, una biblioteca, un muro prestado. La escena emerge cuando la pieza existe fuera de la cabeza. Y cuando existe, conversa: alguien comenta la tipografía popular del nombre de un edificio; otra persona reconoce los sonidos de la calle que forman una canción. La obra, finita y porosa, devuelve un trozo de ciudad. Lo que parecía imposible ocurre: la ambición deja de ser promesa y se vuelve presencia.
Intentarlo también es obra
Empezar no es una orden; es una imagen: la mano manchándose de tinta sobre papel kraft, la brocha dejando rastro, la cámara respirando luz de las cinco de la tarde. La materialidad se vuelve argumento: la fibra de un papel barato que ennoblece un trazo, una gota de pintura que no se disculpa. El diseño aparece cuando la intención se reconcilia con el accidente y la intuición es parte de la inspiración.
El bloqueo rara vez es falta de ideas; suele ser exceso de perfección imaginaria. En la cabeza, la pieza ya es obra maestra; en la vida, apenas un trazo tembloroso. Ese desnivel duele. Por eso la ambición perezosa funciona como refugio: protege del fracaso y también del descubrimiento. “No hay que estar listxs: hay que comenzar”, susurra una voz que siempre llega tarde.
Quien alguna vez llenó escenarios recuerda que la euforia del aplauso dura menos que la calma del proceso. Aún así, no reniega del deseo: lo escucha con honestidad, reconoce el autoengaño elegante y el cuento del “mañana, sin falta”.
Moraleja para luchar contra la flojera creativa
No hay moraleja, solo un gesto mínimo que cambia el ritmo del día: apagar el scroll, sostener el trazo, permitir que un movimiento pequeño tenga consecuencias. La inspiración no se obedece: se habilita. En ese estado de disponibilidad, México es un estudio abierto. Los sentidos aprenden a nombrar lo que ya estaba ahí a puro patrón.
Quizá de eso se trate de dejar la ambición perezosa: no de obedecer un plan, sino de cambiar la forma en que una persona se ofrece al diseño de su propia práctica. Menos discursos sobre “potencial”, más presencia en lo concreto. Menos culto al talento, más atención a la temperatura de la luz, al peso de la tinta, al silencio que deja una línea.
La obra que aún no existe no necesita promesas. Necesita un sí, aunque sea tímido: el primer golpe de color sobre un fondo en blanco. Con eso alcanza para empezar a habitar el mundo que se sueña y traerlo, por fin, a la realidad.
Ahora la letra de una canción de salsa puertorriqueña que suena en los salones de baile también tiene sentido con nuestro trabajo creativo:
Vivo malgastando horas
Evitando estar a solas para no pensar
Pero tu imagen donde quiera está presente
¡Ánimo, México te habla! ❤️🩹