El arte no se programa: por qué la inteligencia artificial no es (ni será) artista
En un mundo donde la tecnología avanza más rápido que nuestra capacidad para asimilarla, la inteligencia artificial ya no solo calcula ni automatiza: ahora también “crea”. O al menos, eso parece.
Hoy vemos imágenes generadas por IA, música compuesta por algoritmos, esculturas diseñadas en segundos y surge una pregunta inevitable: ¿La inteligencia artificial puede ser considerada artista?
Como herramienta, sin duda es poderosa. En el diseño y la ilustración, cada vez más creativos la utilizan para explorar ideas visuales, generar bocetos o jugar con combinaciones inesperadas.
Y lo mismo sucede en el mundo de la escultura; asiste a creadores a previsualizar piezas, probar materiales, hacer cálculos estructurales y hasta generar versiones alternativas de una misma obra. Agiliza procesos, permite experimentar a gran velocidad.
Ai-Da, artista robot humanoide.
Hoy cualquiera puede generar una imagen. Pero no cualquiera puede generar una obra.
Porque no se trata solo de escribir un par de palabras y apretar un botón: se trata de qué quieres decir, por qué, cómo, desde dónde. Y eso —el pensamiento creativo, la sensibilidad, la mirada crítica, la obsesión por los detalles— no se puede automatizar.
La IA es una herramienta, como en su momento lo fue la fotografía: potente, transformadora, accesible. Pero sin una mente y un buen ojo humano detrás, lo que produce no es arte: es un collage de patrones.
Porque el arte no es un producto, es un pulso.
Fotografía: Rodrigo Navarro.
El arte nace de un duelo, de una epifanía, de una noche en desvelo, de una memoria, de una injusticia, de una caminata bajo la lluvia. El arte es contexto, es historia, es error, es contradicción, es grito. Es el cuerpo cansado después de trabajar un lienzo. Es el silencio incómodo antes de una función. Es la conversación que nunca tuviste con tu ex y que se volvió un poema.
El arte no se predice ni se replica. Se vive.
La IA no puede tener una infancia. No puede amar. No puede viajar. No puede fracasar. No puede sentirse incomprendida. No puede soñar. No puede extrañar.
Y sin eso, lo que crea no es arte. Es un reflejo pálido, un eco sin cuerpo, una copia más.
La inteligencia artificial puede ser una aliada del arte. Pero no su autora.
Porque lo que define al artista no es el output, sino el insight.
Y ahí, todavía –por suerte–, seguimos siendo insustituibles.
© Tamayo Heirs/Mexico / Licensed by VAGA at Artists Rights Society (ARS), NY