Arte político en contextos políticos: cuando la creación se convierte en voz

El arte en todas sus formas de consumo y entretenimiento no esconde la realidad de un contexto global.  

La inevitabilidad de lo político 

Lo queramos o no, hoy todo es político. Las injusticias sociales se viven en cada rincón del mundo y, cuando las voces son silenciadas, el arte emerge como un último refugio. Pintura, música, cine, performance o instalación: todas estas expresiones se convierten en un lenguaje alternativo de protesta y memoria. El arte no siempre propone soluciones, pero sí revela realidades que incomodan. 

El escenario global como lienzo 

En América Latina, la música urbana ha tomado un lugar central en estas conversaciones. El caso más reciente: Bad Bunny en el Super Bowl 2026. Mientras su presencia representa un triunfo cultural para la comunidad latina, el evento está atravesado por un contexto tenso: Corey Lewandowski, asesor del Departamento de Seguridad Nacional, anunció que ICE estaría presente en el espectáculo, subrayando que “no hay santuarios” para migrantes indocumentados. El contraste es brutal: la fiesta deportiva más vista en el mundo convertida en escenario de miedo y vigilancia. 

El propio Bad Bunny ya había declarado que no incluiría a EE. UU. en su próxima gira por temor a redadas en conciertos, lo que acentúa la dimensión política de su figura. En paralelo, artistas visuales latinos han abordado la migración de formas poderosas: Border Tuner de Rafael Lozano-Hemmer, que conectó con haces de luz y sonido las ciudades de Juárez y El Paso; y Giants: Kikito de JR, un niño monumental “asomándose” por encima del muro en Tecate. Ambas obras ponen sobre la mesa que el arte, más que entretenimiento, puede ser puente, escucha y empatía en medio del control estatal. 

Creador:  Rafael Lozano-Hemmer  |  Foto: Monica Lozano 

Esculturas como trincheras 

 En Francia, las esculturas y edificios municipales se han vuelto soportes de manifestación política. Tras el reconocimiento del Estado palestino por parte de Emmanuel Macron, varios ayuntamientos izaron la bandera palestina en sus fachadas. El Ministerio del Interior ordenó retirarlas, apelando a la neutralidad institucional, y algunos tribunales locales exigieron lo mismo. El resultado: plazas y edificios convertidos en trincheras simbólicas, donde el arte público y la arquitectura se disputan entre solidaridad, legalidad y resistencia. ¿Puede un mármol o una fachada ser neutral cuando el contexto pide un gesto? 

Ficciones que se vuelven revolución 

En Nepal, las protestas de jóvenes contra la censura y la corrupción dieron origen a un lenguaje visual inesperado. Tras la prohibición de redes sociales, la calavera Jolly Roger de One Piece, junto con otros íconos de videojuegos y anime, se convirtió en emblema de la libertad de expresión. Lo que en principio era ficción o entretenimiento global terminó siendo gramática política: imágenes fáciles de replicar, sin carga partidista inicial, que se volvieron bandera contra la represión. La estética gamer y friki pasó de los foros digitales a las calles, mostrando cómo la cultura popular se transforma en iconografía de revolución. 

Entre premiaciones y mitos populares 

Las alfombras rojas y los premios tampoco se mantienen al margen. En los últimos años, actores y actrices han usado su micrófono para visibilizar causas, desde mensajes pro-Palestina hasta denuncias contra ICE. Estos espacios, diseñados para la industria del entretenimiento, se convierten en rituales públicos donde el arte confronta realidades globales. 

Lo mismo ocurre en el cine mainstream: la nueva película Superman (2025) reinterpreta la historia del héroe como la de un inmigrante que encarna la amabilidad y la búsqueda de justicia en un mundo dividido. El director James Gunn subrayó esta lectura como núcleo de la narrativa, recordándonos que incluso un blockbuster puede ser metáfora política. El mito popular se convierte así en pedagogía moral, donde los dilemas de pertenencia y diferencia son imposibles de separar de la política contemporánea. 

Entre la incomodidad y la necesidad 

Escapar del llamado wokeness puede parecer tentador, pero lo cierto es que la cultura ya ha sido absorbida por una realidad que siempre tiene algo que defender. El arte político no es un género aislado, es un síntoma de nuestro tiempo: cada símbolo, cada gesto creativo, carga consigo una narrativa que alguien intentará leer desde lo político. 

El arte no ofrece refugios asépticos. Nos enfrenta a lo que preferiríamos ignorar. Y aunque resulte incómodo aceptar que, hasta la música pop, una escultura en la calle o un héroe de ficción puedan convertirse en trincheras de debate, esa incomodidad es, quizá, el verdadero motor del arte en contextos políticos. 

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