¿Es el fin del arte callejero en México? El debate detrás de la pintura antigraffiti de la UNAM
En México, las calles siempre han sido un espacio de expresión.
Entre el caos del tráfico y el ruido cotidiano, los muros han funcionado como lienzos abiertos: lugares donde la gente pinta lo que piensa, siente o exige.
Pero esa libertad podría cambiar con la llegada de una nueva tecnología.
Científicos de la UNAM desarrollaron Deletum 3000, una pintura antigraffiti que promete crear una barrera química capaz de evitar que las pintas se adhieran a las superficies.
Según sus creadores, la intención es proteger el patrimonio y mantener limpios los espacios públicos.
Sin embargo, el invento ha desatado una pregunta importante:
¿Hasta qué punto “proteger” también significa censurar?
Entre la conservación y la censura
El graffiti y el arte urbano siempre han existido en una zona gris.
Para algunos, es vandalismo visual; para otros, una forma legítima de arte y protesta.
Lo cierto es que el graffiti cuenta historias que no siempre caben en una galería: habla de identidad, territorio, política y juventud.
La pintura antigraffiti busca evitar las pintas “no deseadas”, pero su aplicación masiva podría eliminar una expresión cultural que ha caracterizado a las ciudades mexicanas durante décadas.
El reto está en encontrar un punto medio entre cuidar el espacio público y mantenerlo como un espacio de expresión colectiva.
Un poco de contexto
El graffiti moderno surgió en los años 70 como una forma de presencia y resistencia social.
En México, se mezcló con el legado del muralismo y con la cultura urbana para crear un lenguaje visual propio.
Hoy, artistas, colectivos y grafiteros han transformado barrios enteros en galerías al aire libre; muchos de ellos incluso colaboran con instituciones o marcas sin perder su esencia.
Reducir todo ese movimiento a “vandalismo” ignora el valor cultural, social y artístico que tiene.
El graffiti no desaparece cuando se limpia una pared, pero sí cuando se impide que exista.
El punto no es borrar, es dialogar
La aparición de Deletum 3000 nos obliga a repensar la relación entre tecnología, espacio y arte.
En lugar de usar la ciencia para borrar lo que no nos gusta, podríamos usarla para crear diálogo y convivencia entre quienes buscan conservar y quienes necesitan expresarse.
El arte urbano no tiene que ser enemigo del orden: puede ser parte de una ciudad más viva, diversa y participativa.
Conclusión
El debate no se trata solo de pintura: se trata de voz y espacio.
De decidir si queremos ciudades perfectas o ciudades que hablen.
Porque, al final, borrar una pinta no borra lo que la provocó.
En ArtBank creemos que el arte público debe seguir siendo eso: público.
Que los muros son parte del diálogo cultural de un país, no una superficie que se debe controlar.
La innovación no debería servir para silenciar, sino para amplificar las formas de crear y expresarse.
¿Tú qué opinas?
¿La pintura antigraffiti protege el espacio público o pone en riesgo el arte callejero?