¿Juzgar o no juzgar el uso de la IA en el arte?
Hablemos del arte que parecía IA antes de la IA y el cuestionamiento de su uso en obras y diseño contemporáneo.
Umbral de crítica y sospecha de la excelencia
Antes de la inteligencia artificial generativa ya existían imágenes que parecían “calculadas” por una máquina. Obras como “Aparición de un rostro y un frutero en la playa” (1938) de Salvador Dalí, “El Terapista” (1937) de René Magritte y el “Autorretrato” de Leonora Carrington nos recuerdan que la sensación de artificio puede ser, paradójicamente, fruto de una maestría profundamente humana.
Aparición de un rostro y un frutero en la playa (1938) — Salvador Dalí
Dalí confundía ojo y mente; Magritte armaba paradojas; Carrington imponía subjetividades míticas. Hoy muchos dirían: “Parece IA”. Ayer significaba disciplina e imaginación radical. El asombro no es nuevo; lo nuevo es llamarlo “algorítmico” por costumbre.
Autorretrato (1938) — Leonora Carrington
Cartografía contemporánea: cuando la máquina sueña (y nosotros con ella)
Refik Anadol
Convierte archivos en memorias sensibles: la máquina interpreta, no sustituye.
Obvious
Llevó un retrato algorítmico a Christie’s y abrió el debate sobre la autoría.
Holly Herndon
Canta con un coro de IA: coautoría como orquestación, no reemplazo.
Estos casos continúan el hilo de Dalí, Magritte y Carrington: el surrealismo entrenó el músculo de habitar paradojas; la IA las sistematiza. La pregunta no es si la herramienta es nueva, sino si nuestro criterio lo es.
Cartografía contemporánea: ¿cuándo la máquina sueña (y nosotros con ella) ?
Crítica a la IA: necesaria cuando apunta a sesgos, extractivismo de datos y homogeneización estética.
Uso de la IA: puede ser responsable, situado, consciente del contexto y de sus límites.
Lo básico: consentimiento y crédito cuando se usan archivos/datasets de terceros; transparencia razonable sobre procesos; trazabilidad/procedencia de obra; revisión de sesgos y cuidado con impactos laborales/ambientales.
Acusación de IA: el dedo rápido que descalifica sin evidencia solo porque algo impacta. No protege el oficio; lo erosiona. Convertir la excelencia en “prueba” de artificialidad empobrece la conversación y confunde el criterio.
Que una obra sea acusada de “parecer IA” confirma que rompió la inercia: produjo fricción con la expectativa. Ese cortocircuito lo lograban Dalí y Magritte y hoy lo replican Anadol u Herndon desde otras gramáticas. El fallo no es del humano, sino de nuestra costumbre de mirar sin mirar.
El terapeuta (1937) — René Magritte
Ética de la lectura lenta
Antes de juzgar el uso de la IA, recuperemos una práctica sencilla: mirar y leer con tiempo. Cada trazo “natural” carga horas invisibles; toda imagen “generada” hereda decisiones humanas. Distinguir no depende de intuición apurada, sino de educar la mirada.
Para ArtBank, la cuestión no es juzgar o no juzgar, sino cómo miramos. La IA puede ser una herramienta; la maestría sigue siendo un horizonte. Nuestra tarea es sostener espacios de atención donde la comunidad reconozca la excelencia sin miedo a nombrarla.
Si algo parece “demasiado bueno”, quizá lo sea —porque alguien lo trabajó. No reduzcamos la excelencia a sospecha automática. El desafío no es decidir si la IA es amiga o enemiga, sino reaprender a ver: devolver al ojo, al oído y a la mano el tiempo que toda obra merece.