Sonido, color y barrio: la estética del sonidero mexicano
“¡Este blog va para la colonia más ruidosa!” Hoy celebramos el arte detrás de los sonideros: una identidad que no solo se escucha, también se pinta, se ilumina y se baila.
Ciudad de México: punto de partida
Hablar de los sonideros es hablar de México en su versión más auténtica. No son solo fiestas populares: son tradiciones vivas que han pintado de color y música las calles de la Ciudad de México por generaciones. En cada bocina encendida y en cada cartel fluorescente late un pedazo de identidad colectiva.
Allá por los 60 y 70, en colonias como Tepito e Iztapalapa, la gente empezó a sacar los equipos de sonido a la calle. Así, las banquetas se convirtieron en pistas de baile, y las plazas en escenarios improvisados. La cumbia colombiana, la guaracha y la salsa se mezclaron con la creatividad chilanga, y nacieron los sonideros. No era solo música: era comunidad, orgullo de barrio y una manera de decir “aquí estamos”.
No peleamos por el volumen más alto, solo por la vibra más kbrona.
Fotos: Sonidero Bankaool del 14 de septiembre.
La estética sonidera es imposible de ignorar.
Colores vibrantes que brincan desde carteles y lonas como si fueran fuegos artificiales en papel.
Tipografías enormes, brochazos neón y lettering que parece bailar junto a la gente.
Cartulinas chidas, donde cualquiera puede escribir su nombre, su colonia o una frase que se queda como memoria colectiva.
El micro, símbolo del poder de la voz y un locutor que une a todos.
Y claro, las torres de bocinas, esas esculturas urbanas que no solo hacen retumbar la música, sino que también construyen un paisaje visual propio.
Los sonideros no se quedan quietos. Han influido en el diseño gráfico popular, en la moda urbana y hasta en las campañas digitales que buscan conectar con la gente desde la calle. Son un museo ambulante, una galería de barrio que demuestra que el arte no siempre necesita paredes: a veces vive en un flyer pegado en un poste o en un beat que retumba hasta la madrugada.
La voz de un protagonista, maestros de ceremonias del barrio
Un sonidero no se entiende sin el locutor que interrumpe la música para mandar saludos, dedicar canciones o soltar frases improvisadas. Esa voz —a veces poética, a veces juguetona y a veces la más rasgada — convierte la fiesta en un ritual comunitario. Cada “¡un saludo hasta la colonia más ruidosa!” es una pincelada sonora que pinta identidad y vuelve a encender el ánimo de toda una pista de baile.
Hoy se vuelve más popular gracias a la digitalización y viralización de los sonidos o los famosos audios. Como el gran ejemplo memero de TikTok “Sonido los Jrs oficial” con su voz inigualable que acompaña los videos de miles de personas y generaciones que ni ellos sabían que podían alcanzar como la chiqui “@Capitormenta”.
El barrio como escenario
Desde ArtBank celebramos cómo los sonideros transforman lo cotidiano en arte. Cada esquina se vuelve galería, cada bocina es un lienzo sonoro, cada barrio se convierte en escenario. Y hoy, esta tradición sigue encontrando formas de resonar, de bailar y de recordarnos que la cultura más poderosa siempre nace de la gente.
Porque en México, el arte no solo se ve: también se escucha, se baila y se grita con orgullo de barrio. ¡Nos vemos en la pista del próximo sonidero!